La patria.


Al salir de la escuela me dirigí camino a casa. Al abrir la puerta y entrar  miré a mamá parada en la cocina. La saludé y le comenté lleno de emoción que en la escuela me habían enseñado el significado de patria. Esbozó una sonrisa y acarició mi cabello. Como las mamás lo saben todo le pregunté que si ella sabía qué era patria. Titubeó un instante y solo respondió  ¨ ¿Para qué quieres que yo te lo diga si el profesor  te lo acaba de enseñar hoy en la escuela?¨. Aquella respuesta me decepcionó, puesto que yo esperaba que mamá  compartiera lo mucho que sabe conmigo. Volví a insistir y me dijo que estaba ocupada haciendo la comida, a lo cual respondí que aquello era una vil mentira, puesto que Rosa, nuestra sirvienta, estaba metida entre ollas y sartenes. Se quedó callada un momento, dio media vuelta y tomó un cuchillo y empezó a cortar trozos de verduras. Rosa se quedó inmóvil puesto que no sabía lo que pasaba ni cómo actuar. La ¨patrona¨, como ella le llamaba, nunca había cocinado desde que ella tiene memoria, ni mucho menos, tomado un cuchillo y ayudado en la cocina. Los trozos  que mamá cortaba eran gruesos y deformes, una gota de sudor bajaba por su sien mientras ni Rosa ni yo le quitábamos la vista de encima.
Mamá le pidió a Rosa que saliera de la cocina, ya que ella terminaría de hacer la comida. Rosa me miró con desconcierto y se retiró  a barrer las hojas que el otoño había regado por el patio. La seguí, y ya fuera le pregunté si sabía lo que era la patria. Rosa, con su suave voz me respondió que sí. Que su patria estaba en México, y que allí estaban todos sus seres queridos y las personas que amaba, y por quienes valía la pena vivir. Sonreí al escuchar aquellas sinceras palabras y me retiré mientras Rosa barría las hojas. No lo había notado pero Rosa sabía también muchas cosas.
Entré de nuevo a casa y encontré la cocina hecha un desastre y a mamá con un dedo ya cortado. Le pregunté de nuevo qué era patria, porque la respuesta que para mí más significaba era la de mamá. Tartamudeaba un poco y parecía no saber la respuesta. Enfadado quise probar su ignorancia.
            ̶  Mamá, ¿cómo se conjuga el verbo ¨patria¨? ̶  lancé mi trampa.
            ̶  Pues… ̶  mamá cerraba los ojos intentando encontrar la respuesta en lo más profundo de su memoria, junto al nombre de su primer novio, su primera relación sexual, su primer auto y su primer cumpleaños sin regalos. ̶  Según lo que recuerdo es yo patrio, tu patrias, el patria, nosotros patriamos, ustedes patrean, vosotros patrireís ̶  respondió mamá con cierto aire de duda.
            ̶   Es lo mismo que el profesor nos enseñó hoy mamá. Ya sé porqué mi papá te eligió a ti por esposa. Gracias.
            Di media vuelta decepcionado en lo más profundo de mí ser. Al voltear a ver a mamá entre las cazuelas, las verduras, los sartenes humeantes, el olor a quemado y su dedo sangrando, noté que en su rostro se dibujaba una gran sonrisa de orgullo, de felicidad por haber podido responder ¨correctamente¨ a su pequeño hijo de diez años y ser un poco más inteligente y cultivada que hace unos minutos.
Luis Eduardo Cervantes Velarde.

Luz Mercedes López Barrera. "La cita".


Luz Mercedes López Barrera nació en Mexicali, Baja California el 13 de marzo de 1958. Estudió  filosofía y  es profesora especializada en literatura y lingüística. Se dedica a la docencia, especialmente a la enseñanza de la gramática, y a la edición de libros y revistas. Ha escrito ensayo, poesía y cuento. Es lectora de Sor Juana, Villaurrutia, López Velarde, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, John Updike, Giovanni Papini.  Tiene publicado el libro de poemas Letras; sus cuentos y ensayos han sido incluidos en The Binational Press, las revistas Aquilón, Travesía, Tierra Adentro. Frecuenta el cine con particular interés en el género de humor negro y de comedia. Le gusta conversar con sus estudiantes, que son sus interlocutores.  Sus cantantes son Bob Dylan, Los Beatles,  Barbra Streisand, Joaquín Sabina. Disfruta leer novela histórica.

Luz Mercedes López Barrera
“La Cita”
Sofía llega antes de la hora convenida. El ambiente en el café donde suele reunirse con sus compañeros tiene un aspecto distinto esta mañana. Juanita, la madrugadora dependienta la ve llegar y se esconde bajo el mostrador.
                Sofía empieza a desesperarse. Saca una libreta y la vuelve a guardar.
¡Qué extraño! —se dijo a sí misma—, ni siquiera Juanita está.
                Se cambia de mesa. Elige un lugar frente a la ventana, y se distrae viendo hacia el otro lado de la calle. Gente que va y viene, como todos los días.
                Se levanta y va hacia el mostrador. Con un lápiz hace ruido en la vitrina.
¡Juanita!, ¡Juanita! ¿Qué pasó? ¿No hay nadie?
                Juanita no tiene más remedio que salir de su escondite. Trata de fingir que estaba limpiando el piso.
                — ¡Ay, Juanita!, me asustaste. ¿Qué haces ahí? Tengo horas aquí y no se aparecen ni las moscas. ¿Les diste algo para espantarlas?
                En el rostro moreno de Juanita pueden verse unas manchas de rubor. Voltea a verla y rápidamente desvía la mirada.
                ¡Fíjate, Juanita! Hoy quedamos de reunirnos más temprano porque tenemos que hacer una encuesta. El profesor de sociales nos va a calificar con este trabajo.  A los muchachos parece que se les olvidó; y lo peor es que ni siquiera sabemos qué clase de encuesta vamos a hacer. En fin, los esperaré otro rato.
                Después de unos minutos, Juanita le lleva un café con leche, bien caliente.
                — ¡Ay, qué bueno mujer!, por un momento creí que me había equivocado de lugar.
                Sofía saca un cuaderno de su mochila e intenta escribir algo. ¡Qué difícil es esto!, y, al parecer, he de hacerlo sola. Se mete el lápiz a la boca. No se le ocurre nada.
Una magnífica viejecita, vestida en harapos, grandes faldones, y unos zapatos que parecen dos veces su pie, entró en la cafetería y fue directamente a ella. Sin pronunciar palabra se acercó, jaló una silla, tomó asiento, y de una bolsa de papel sacó un bolillo y lo comenzó a morder. La chica no supo qué hacer. Se le quedó mirando, y rápido guardó sus cosas. Estaba a punto de levantarse cuando la mano de la anciana la detuvo.
                — ¡No tan de prisa, muñeca!    —le dijo.
     ¡Oiga! ¿Qué se cree? ¡Suélteme! ¡Juanita!, ¡Juanita! ¡Por favor, ven!
     Nadie te oye. — ¿Qué creíste? ¿Que no te iba a encontrar?
     Señora, yo a usted no la conozco.
     Eso dicen todos. ¿Siéntate y espera a que coma mi pan. Tengo días que casi no pruebo nada, ¡por tu culpa!
     Ya sé, dijo la chica—, ha de ser una broma de mis amigos. ¡Son tan capaces! Parece que los veo reírse por ver mi cara; todo con tal de no hacer la tarea…
     Otra vez con el mismo cuento… Por lo menos hubieras escogido otro lugar para ocultarte; aquí ni siquiera entra la luz; y esas cortinas (apuntando con el dedo), me enferman, se ven tan pesadas, que hasta siento que las estoy cargando.

Sofía voltea hacia todos lados, deseando que alguien se presente y la salve de su situación con la extraña, que ya empieza a cansarla.
     Aquí traigo tu porción de varios días —le dice la anciana, con voz muy pausada—. Esta vez te tocó un poco menos porque de andar de aquí para allá, buscándote, algo tenía que probar.
                Sofía (para entonces ya se había puesto de pie varias veces) toma el alimento que la vieja le ofrece, creyendo que de esta  manera la dejará en paz.
     ¡Eso!, ¡Eso!. . . repite la anciana.
     ¿Qué te cuesta se dócil? ¿obedecer? Procura comértelo rápido porque ya no nos queda mucho tiempo.
Sofía parece no entender nada. Empieza a morder el pan. Le da un mordisco, luego otro. Con la otra mano se sacude el cabello, se lo echa hacia enfrente. Sigue comiendo. Sus manos comienzan a ser débiles. Se le cae el pan debajo de la mesa. Cuando se inclina para recogerlo observa que sus pies quedan pequeños en sus zapatos. Busca el rostro de la anciana. En el otro lado de la mesa no hay nadie. Ahora todo en ella es torpe. Voltea para ver si está Juanita y sólo ve polvo en la vitrina




Fernando Trejo Dozal,

Fernando Trejo Dozal
Nació en Mexicali, cronopio y trotamundos, publicó “Alquimia” en Tijuana, en donde estudió letras inglesas.

“Penumbra”
Aurelio baja las escaleras con aire hermoso, la cabeza caída hacia delante y los ojos entornados. Doña Aurora y Eduwiges lo mira.
     -¿Te divertiste anoche? Pregunta Doña Aurora, con cierta inquietud en la voz, que sólo ella advierte.
     -Sí, baile hasta cansarme.
     ¿Fueron tus compañeros de la secundaria? –requirió Doña Aurora.
     -Me encontré… fueron algunos. Ricardo se enamoro de una muchacha de segundo. Yo… bailé con Guille.
     -¿Guille?
     -Está en otra secundaria, tiene trece años y vive en la Insurgentes.
     Doña Aurora se sumergió en una nube de ironía. “Este pajarillo ya va a aprender a volar solo –se dijo con felicidad- será un hombre, otro destino en la pródiga pluralidad.
     -Ojalá fueras poetas –le espetó- cuando joven, yo me enamoré de un poeta; me dedicaba versos muy hermosos, “te necesito en la penumbra, pero más al amanecer”, cosas, -rió- íbamos al campo y contemplábamos el crepúsculo. Éramos dos grandes amigos; murió en el corazón, un ataque; nunca lo he olvidado y déjenme decirles que él abarcaba las situaciones y las cosas con una frase, siempre le ponía su sombrero al mono de nieve, como se dice.
     Hubo un silencio hasta que Aurelio, hablando como si las palabras fueran metal, como si el sonido de su voz fuese lastimar; le dijo que eso era un misterio para él; que al campo no se puede salir, ya no hay muchachas como en tus días de juventud, abuelita, y el crepúsculo aburre a todos; bueno, he mirado alguno, pero porque estaba triste y no tenía otra cosa que hacer. Fue interesante, Como leer un libro que te sirve de espejo, que hace brotar de ti sentimientos nobles o cosas horribles.
     Se quedo suspendido, observando el contorno de la sala y con una risa aventurera se dirigió al comedor, seguido de Doña Aurora y Edwiges.

Oscar Hernández, “Mexicali: Tierra de Poetas”.

Oscar Hernández
Nació  en Mexicali en 1955. Estudió sociología en la UABC. Tiene dos libros publicados: “Caldo de pollo” y “Nubes”. Actualmente radica en Mexicali.

“Mexicali: Tierra de Poetas”
I
En alguna aburrida tarde de junio de 1970 un par de jóvenes mexicalenses platican bajo una sombra rica de pino, la animación se debe al viaje realizado, de la modorra apática, de la comodidad clasemediera, de la abulia exultante de ser espíritus libres - medidos todavía en la casa de la sagrada familia- ganosos de montarse en la motocicleta de Natanael aventurero, y salir a los caminos.
II
Los primeros poetas de Abel los suscribió el Ensenada, leyendo “Libertad bajo palabra” a la orilla del mar; solo y triste por un rato autoimpuesto, dejar a los amigos demasiado ansioso y ponerse a caminar en el puerto.
Ver a una muchacha radiante que llega a la playa, la brisa entre su cabello barroco, verla a lo lejos sonriendo a dos niños pescadores de limosnas, sentirse lleno de dicho porque los niños mexicanos bailan con la muchacha, después comen higos, ella te ve y levanta brazos y piernas para saludarte y despedirse a la vez; llena de gracia camina hacia la carretera, tú te quedas encantado escuchando las siete tonadas marinas.
III
Los jóvenes mexicalenses debatidos entre la comodidad opresiva y las ansias aventureras, se descubrieron de pronto compartiendo los caminos de la imaginación. La lectura compulsiva de “El siglo de las luces” de Alejo Carpentier había propiciado un encantamiento, comprendieron que el agobio de los requerimientos familiares, el aburrimiento producto del spleen consumista, el amor adolescente de encuentros clandestinos, el repudio de los adultos que dirigen las transacciones de compras-venta; todo podía quedar suspendido por un buen rato, la danza del conocimiento racional y sensible a la vez (la poesía) llegaba ofreciendo amor y comprensión a los jóvenes solitarios y presuntuosos.

Poemas de Melissa

Mi noche
Ha caído la tormenta,
cada rayo, cada nube cargada,
derrama sus lágrimas por su partida,
la humedad suelta el suave perfume de su piel.

Ven dulce lluvia a mí,
empapa este vacío que ha dejado,
con tu agua, llena mis venas que han secado,
con tus truenos ensordece mis oídos que sin su voz se han quedado.



Dulce roja lluvia
Si la luna hablara por los dos,
No pararía de decir,
Mira a ese par de locos jugando al amor.
No lo puedo evitar,
No lo puedo explicar, si tan lejos estas,
Por favor manda una señal,
Adorna mi camino con tu luz, con paz.
Hazme sentir bella y di que me amas,
Como aquellas noches bajo las armas,
Déjame envolverte con mi roja lluvia,
Déjame llenarte de mi loca dulzura.
Tan lejos, tan cercas, no veo que nos asecha,
No mires atrás, no pienses más, ven acá,
Que algún día, bajo la dulce roja lluvia vamos a estar.

Más que palabras.
No hay nadie como tú,
Esa perfección que viene y va,
Que da sin esperar, esa que aflora cuando logra ser amado.
Tú me complementas con tus defectos y virtudes,
Por que al final del día terminamos siendo uno mismo,
Tan sólo verte a los ojos, puedo ver más de lo que dicen tus palabras,
Veo esa luz que se hace llamar alma,
Esa alma que sólo quiere llegar a tu corazón.

Uno sólo.
Aquí estamos, de nuevo bajo la misma luna
Y ese astro maravilloso percibe mi tristeza,
Ella también esta sola,
Extraña el sol, pero aquel día vendrá,
El día en el que llega el eclipse,
El día en el que son uno sólo.
La fe mueve al sol y a la luna,
La esperanza mueve al mundo,
Cuando se mezclan, se da la ecuación,
Entonces llega la recompensa de la espera.

Tropiezo
Lo he superado de nuevo,
Pero sigo sin entender
Por que tienes ese efecto una y otra vez,
Ya todo cambió en mi vida,
Pues llegó alguien que la ha llenado de alegría.
No puedes volver cuando quieras,
Mi alma es frágil aunque a veces finja no serlo,
Y si, muy pocos lo tuvieron,
Pero esos pocos no supieron entender a mi corazón.  

Escrito por Melissa Sanchez Revilla Estudiante universitaria del tercer semestre de la Facultad de Pedagogía e Innovación Educativa.

A mis hijos

Cual bendecida  soy…
Al mirar hacia el camino
Observo en qué peldaño estoy
Y me llena de aliento mi destino.

Hijos, ¿Qué les puedo heredar?
Riquezas materiales no poseo
Sólo mi amor les puedo dar
¡Pues riquezas no deseo!.

Hijos, el éxito está en su mente
Llenen de alegría su corazón
Y cuando yo ya esté ausente
Sabrán que tenía la razón. 

Los amo, y los amaré siempre
Y con justa razón
Salieron de mi vientre
Pero jamás de mi corazón.

Composición realizada por Rosa María Rosales Montes.
Estudiante universitaria del séptimo semestre de la Facultad de Pedagogía e Innovación Educativa, Lic. en Docencia de la Lengua y Literatura.

Gabriel Trujillo Muñoz


Biografía

Nace en Mexicali, Baja California, en 1958. Médico cirujano. Poeta, narrador y ensayista. Profesor de la Facultad de Ciencias Humanas de la uabc y uno de los editores de la Revista universitaria. Ha publicado cerca de una centena de libros como autor y compilador, entre otros, las novelas Mezquite Road (Planeta, 1995), Espantapájaros (Lectorum, 1999), Orescu (Times, 2000) y El festín de los cuervos (Norma, 2002); los libros de cuentos Mercaderes (Norma, 2001) y Trebejos (icbc, 2001), Algunos de sus libros de ensayos son Huellas incurables. Seis mujeres artistas del siglo XX (Conaculta, 1995). Baja California. Mitos y ritos cinematográficos (ardf-uabc, 1999). Su poesía ha sido reunida en Permanent Work. Poems 1981-1992 (SDSU, 1993), Cirugía mayor (Cecut, 1997). Rastrojo. Antología poética 1980-2000 (uabc-Plaza y Valdés, 2001) y Palabras sueltas (uabc, 2003). Ha ganado el Premio Estatal de Literatura en ensayo (1990), poesía (1994, 1996 y 2002), periodismo cultural (1992), novela (1994) y cuento (2000); el Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez (1998); el Premio Nacional de Narrativa Colima para Obra Publicada (1999); Premio Binacional de Poesía Pellicer-Frost (1996) y el Premio Excelencia Frontera (1998).   

Historia patria

No hay historia patria
Que no contenga
Su nombre de estampita

Aquél que hizo
Todo lo posible
Para morir
Por una causa
Genuina: respetable

Un rebelde
Que sacó su espada
A la hora justa
Y dio un vuelco
Al ritmo de las cosas

Nadie habla
-Sin embargo-
De aquéllos
Que no tuvieron valor
Para salir de casa
Y probar
En la batalla
Su valentía

Los que no fueron
Mártires
Ni verdugos

Los que mantuvieron
Los postigos cerrados
Cuando pasó el carnaval
De la historia

Los que prefirieron
Seguir criando a sus hijos
Sin sobresaltos
O labrando la tierra
Para dar de comer
A sus familias

Y aunque nadie
Los mencione
A la hora cívica
Cuando los cañones truenan
Y las banderas
Se agitan
En sus astas
Por ellos
La patria
Siegue siendo
La patria

Una zona sagrada
Que a todos pertenece:
Inmaculada y diamantina
Como un saco de maíz
Como un kilo de azúcar
Como un vaso de buen vino           


Trujillo, G. (2003) Poemas traspapelados (1991-2001). México: icbc. pp. 43 y 44.