Luz Mercedes López Barrera. "La cita".


Luz Mercedes López Barrera nació en Mexicali, Baja California el 13 de marzo de 1958. Estudió  filosofía y  es profesora especializada en literatura y lingüística. Se dedica a la docencia, especialmente a la enseñanza de la gramática, y a la edición de libros y revistas. Ha escrito ensayo, poesía y cuento. Es lectora de Sor Juana, Villaurrutia, López Velarde, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, John Updike, Giovanni Papini.  Tiene publicado el libro de poemas Letras; sus cuentos y ensayos han sido incluidos en The Binational Press, las revistas Aquilón, Travesía, Tierra Adentro. Frecuenta el cine con particular interés en el género de humor negro y de comedia. Le gusta conversar con sus estudiantes, que son sus interlocutores.  Sus cantantes son Bob Dylan, Los Beatles,  Barbra Streisand, Joaquín Sabina. Disfruta leer novela histórica.

Luz Mercedes López Barrera
“La Cita”
Sofía llega antes de la hora convenida. El ambiente en el café donde suele reunirse con sus compañeros tiene un aspecto distinto esta mañana. Juanita, la madrugadora dependienta la ve llegar y se esconde bajo el mostrador.
                Sofía empieza a desesperarse. Saca una libreta y la vuelve a guardar.
¡Qué extraño! —se dijo a sí misma—, ni siquiera Juanita está.
                Se cambia de mesa. Elige un lugar frente a la ventana, y se distrae viendo hacia el otro lado de la calle. Gente que va y viene, como todos los días.
                Se levanta y va hacia el mostrador. Con un lápiz hace ruido en la vitrina.
¡Juanita!, ¡Juanita! ¿Qué pasó? ¿No hay nadie?
                Juanita no tiene más remedio que salir de su escondite. Trata de fingir que estaba limpiando el piso.
                — ¡Ay, Juanita!, me asustaste. ¿Qué haces ahí? Tengo horas aquí y no se aparecen ni las moscas. ¿Les diste algo para espantarlas?
                En el rostro moreno de Juanita pueden verse unas manchas de rubor. Voltea a verla y rápidamente desvía la mirada.
                ¡Fíjate, Juanita! Hoy quedamos de reunirnos más temprano porque tenemos que hacer una encuesta. El profesor de sociales nos va a calificar con este trabajo.  A los muchachos parece que se les olvidó; y lo peor es que ni siquiera sabemos qué clase de encuesta vamos a hacer. En fin, los esperaré otro rato.
                Después de unos minutos, Juanita le lleva un café con leche, bien caliente.
                — ¡Ay, qué bueno mujer!, por un momento creí que me había equivocado de lugar.
                Sofía saca un cuaderno de su mochila e intenta escribir algo. ¡Qué difícil es esto!, y, al parecer, he de hacerlo sola. Se mete el lápiz a la boca. No se le ocurre nada.
Una magnífica viejecita, vestida en harapos, grandes faldones, y unos zapatos que parecen dos veces su pie, entró en la cafetería y fue directamente a ella. Sin pronunciar palabra se acercó, jaló una silla, tomó asiento, y de una bolsa de papel sacó un bolillo y lo comenzó a morder. La chica no supo qué hacer. Se le quedó mirando, y rápido guardó sus cosas. Estaba a punto de levantarse cuando la mano de la anciana la detuvo.
                — ¡No tan de prisa, muñeca!    —le dijo.
     ¡Oiga! ¿Qué se cree? ¡Suélteme! ¡Juanita!, ¡Juanita! ¡Por favor, ven!
     Nadie te oye. — ¿Qué creíste? ¿Que no te iba a encontrar?
     Señora, yo a usted no la conozco.
     Eso dicen todos. ¿Siéntate y espera a que coma mi pan. Tengo días que casi no pruebo nada, ¡por tu culpa!
     Ya sé, dijo la chica—, ha de ser una broma de mis amigos. ¡Son tan capaces! Parece que los veo reírse por ver mi cara; todo con tal de no hacer la tarea…
     Otra vez con el mismo cuento… Por lo menos hubieras escogido otro lugar para ocultarte; aquí ni siquiera entra la luz; y esas cortinas (apuntando con el dedo), me enferman, se ven tan pesadas, que hasta siento que las estoy cargando.

Sofía voltea hacia todos lados, deseando que alguien se presente y la salve de su situación con la extraña, que ya empieza a cansarla.
     Aquí traigo tu porción de varios días —le dice la anciana, con voz muy pausada—. Esta vez te tocó un poco menos porque de andar de aquí para allá, buscándote, algo tenía que probar.
                Sofía (para entonces ya se había puesto de pie varias veces) toma el alimento que la vieja le ofrece, creyendo que de esta  manera la dejará en paz.
     ¡Eso!, ¡Eso!. . . repite la anciana.
     ¿Qué te cuesta se dócil? ¿obedecer? Procura comértelo rápido porque ya no nos queda mucho tiempo.
Sofía parece no entender nada. Empieza a morder el pan. Le da un mordisco, luego otro. Con la otra mano se sacude el cabello, se lo echa hacia enfrente. Sigue comiendo. Sus manos comienzan a ser débiles. Se le cae el pan debajo de la mesa. Cuando se inclina para recogerlo observa que sus pies quedan pequeños en sus zapatos. Busca el rostro de la anciana. En el otro lado de la mesa no hay nadie. Ahora todo en ella es torpe. Voltea para ver si está Juanita y sólo ve polvo en la vitrina




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